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Foto del escritorDiana Chavarri

Antes y después de un cargo de liderazgo.

Mamá, ¿para qué sirven los jefes?

-I. Aguirre


Creo que hay un antes y un después en la vida profesional y emocional de una persona que decide ejercer el puesto directivo de mayor nivel en una organización, empresa o dependencia de gobierno. Es mi caso y el de varias colegas directoras con quienes tuve el gusto de compartir esos espacios y con quienes de pronto, en reuniones, solíamos bromear con la creación de un “grupo de catarsis” o con escribir juntas un libro titulado “Lo que callamos las directoras”, porque callamos muchas cosas a favor del bien institucional, en un acto a veces voluntario, a veces consciente, a veces libre, pero sin duda de auto-represión y censura, y conlleva costos. 


En mis primeros años de vida profesional fui muy crítica y dura con quienes para entonces fueron mis jefes (hombres todos). Con frecuencia me decía a mí misma: “cuando tenga una posición de liderazgo haré esto o no haré esto”.


Aprendí que el puesto puede ser una plataforma para ‘servir’. Esta palabra tiene gran multi dimensionalidad. El ‘servicio’, desde la dirección, para mi significa no solo ser útil o aportarle un valor a la organización y hacer que se cumpla su propósito, sino ser un vehículo para que las personas que integran la organización no solamente sepan para qué y por qué se hace lo que se hace, qué responsabilidades y actividades les corresponden y cómo conducirse, sino también, generar y poner a su disposición las condiciones para que lo hagan con éxito, seguridad y aplomo y que, además, en el camino, idealmente, descubran sus talentos y la riqueza que existe en su espíritu, porque no es posible separar el espíritu de lo corpóreo, aún y cuando el trabajo sea algo transaccional. 


La calidad humana de una persona líder impacta notoriamente en la cultura organizacional y en las relaciones interpersonales entre colaboradores y entre éstos y los públicos de interés. Hay un antes y un después del líder y con frecuencia los períodos organizacionales se catalogan según quien ocupaba el cargo (en tiempos de Alberto se hizo esto; cuando Elsa era directora se hacía lo otro).


Estoy convencida del poder intrínseco que tiene un puesto de liderazgo en la salud mental de sus colegas y he tenido la fortuna de ser testiga de hermosas transformaciones personales cuando el trato digno, la apertura de oportunidades, la escucha, el reconocimiento y el estímulo son parte del diario quehacer de la dirección. 


Debo decir que hay también directores y directoras tiranos, que sienten poseer a la organización y que son viles con sus colaboradores. También esto crea un antes y después, usan el puesto, se ‘sirven’ de él para engrandecer sus egos, ejercen autoritarismo, disponen de los recursos casi al antojo y generan empleados resentidos, nerviosos, inseguros, temerosos de equivocarse y de tomar decisiones. 


Es muy difícil, si no imposible, hacer transformaciones positivas en estos contextos y con frecuencia, pasan desapercibidos o son intencionalmente ignorados por los consejos de administración, y surge el desánimo y una sensación de infravaloración de las propias capacidades. Mi consejo, en estos casos, si trabajas para un jefe así es: “¡huye! y cuida tu salud mental”, aunque comas frijoles con arroz todos los días, saborearás, sin duda, el antes y el después reflejado, muy seguramente, en la tranquilidad de pensamientos y emociones.


No es raro que las personas confundamos la ‘identidad’ con la ‘actividad’ (soy mi puesto, soy a lo que me dedico), y por ello suele ser tan difícil abandonar trabajos -de cualquier índole- que no edifican, pues hay una sensación de auto-traición, pérdida de control y de una gran incertidumbre sobre el ser; como si la persona se despojara de su identidad: y ahora ¿qué voy a ‘ser’? surge inconscientemente con frecuencia después del consciente ¿qué voy a ‘hacer’?


Vuelvo a la idea inicial sobre los puestos de liderazgo y he escrito estas ideas como un reconocimiento a mis colegas y a los hombres y mujeres que ejercen esos puestos con una consciencia plena sobre la gran influencia que pueden desplegar sobre el bienestar y crecimiento de sus colaboradoras. Es claro para mí que la riqueza espiritual y el liderazgo van de la mano. Una persona no puede dar lo que no ha trabajado previamente en su mente y espíritu en un ejercicio constante de hurgar en el alma, conocerse y tener claros sus principios. 


Entre el antes y después de un puesto de liderazgo hay un enorme abanico de transformaciones personales, muchas de ellas son gozosas, otras tantas dolorosas; pero al final de cuentas, de eso se trata la vida ¿no?


Si quien hoy me lee está considerando tomar un puesto directivo, mi consejo es que tome en cuenta que se tiene que estar dispuesto a conocer y enfrentar sus propios demonios, a provocar y provocarse retos, a fortalecer su carácter, a cuestionar sus creencias, desaprender y aprender, a nutrir su espíritu, a dominar el ego, a practicar la resiliencia, a tomar decisiones impopulares, a fomentar su capacidad de asombro y gozo y no importan los antes, durante, o después, a cuidar y conservar siempre la autenticidad del alma.


Los líderes narcisistas se sienten amenazados por el talento, siempre quieren ser los más inteligentes. A los líderes humildes les atrae el talento, se rodean de personas que los hacen ser más inteligentes. Los grandes líderes desarrollan talento, emprenden grandes esfuerzos para que cada persona sea más inteligente.

-Adam Grant


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