"Porque has de saber, Sancho, que las mujeres son la más perfectas de las creaciones divinas. Que, aunque son más hermosas que las flores, las estrellas y la luna llena juntas, son fuertes como el acero de mi lanza.
Por eso, Sancho, es menester entre los caballeros, que debemos estar prestos a sus privaciones, amarlas, cuidarlas como a la niña de tus ojos, porque nuestro mundo sin ellas no cabe la menor duda, estaría completa e irremediablemente perdido, pues, ellas, Sancho, son la fuerza de la vida y el motor que impulsa nuestra existencia".
—Miguel de Cervantes Saavedra
Existe una mística en torno a las madres que ha sido documentada desde hace siglos y que prevalece hasta la fecha, con matices diferenciados, sí, pero al final, todos elogiando y engrandeciendo el rol de la maternidad. Haciendo de ese día y de ese rol, un tributo.
Y la maternidad no es poca cosa, no se me malentienda; la respeto, la amo, la ejerzo y la disfruto. No pretendo definir porqué importa la maternidad, pero he de confesarle que estuve a punto de escribir lo siguiente: “ha sido por el ‘sí’ de las mujeres que la raza humana ha crecido”, pero con esto estaría yo relegando e ignorando a millones de mujeres que, sin desearlo, se han convertido en madres, que fueron forzadas o que dieron un ‘sí’ inconsciente de las implicaciones reales y cotidianas que conlleva la maternidad.
Y es que, aunque creo que esto está cambiando ya en algunas culturas, a generaciones enteras de mujeres se nos enseñó que la ruta normal hacia el cumplimiento de la felicidad y del mandato social era ser esposa y madre; de lo contrario, iríamos contra natura, pues nuestros cuerpos fueron creados para procrear.
Y con ello se creó una jugosa fantasía de realización social que no para de elogiarse y de romantizarse, sobre todo durante el Día de la Madre.
El Día de la Madre somos semidiosas todas, desde la mamá todo terreno, la mamá humilde y pobre; la mamá rica y privilegiada, la súper mamá, la mamá cansada, la mamá primeriza y la mamá de diez hijos; la Mamá que materna sola, la mamá que materna en pareja; la mamá que ya es abuela, la mamá viuda; la Mamá migrante, la Mamá enferma, la Mamá que está siendo violentada, la Mamá que ejerce violencia, la Mamá que sustituye el rol de una mujer asesinada, la Mamá sin empleo remunerado y la Mamá que trabaja doble o triple turno (aquí me refiero al trabajo remunerado más la jornada adicional en el hogar), la Mamá enferma, ¿la Madre víctima de desaparición y feminicidio? ¿la Mamá prisionera?
Todas, ese día, somos seres supremos, heroínas valientes, tiernas, fuertes como el acero de la lanza del Quijote, más hermosas que las flores, las estrellas y la luna llena juntas, apuntaría Miguel de Cervantes Saavedra. Somos generosas, dignas de elogios, protección, admiración, poemas, serenatas, comida especial, regalos, flores, tarjetas, llamadas, eventos familiares y laborales (con todos y todas de buen humor), permisos para salir un par de horas antes de la jornada laboral, etc.
Y hago otra confesión: ese día lo disfruto y lo aprecio; ese día recibo cariño y reconocimiento; ese día mis jornadas son más cortas. Pero no me quedo viendo únicamente mi propia vida, mi individualidad sola, sino que la inquieta volición de mi interior me increpa a ver otras realidades y a reiterarme año tras año que es mejor que no nos feliciten y que sería mucho mejor “tributo” (si se insiste en hacerlo) contribuir a deshacernos de las fantasías, mandatos, demandas, violencia y gran presión social que se impone ante la maternidad y, no sólo eso, sino a crear nuevas dinámicas que favorezcan la plenitud de las Mamás, lo cual impactará la vida de todos y todas.
Porque no somos seres celestiales que lo aguantan todo estoicamente con la cara en alto, la sonrisa en los labios, la colorida corona de flores y el regazo lleno de criaturas (incluyendo, a veces, al marido que, sin su esposa, estaría completa e irremediablemente perdido, como manifiesta El Quijote). Por el contrario, nos equivocamos, renegamos de nuestros roles, estamos cansadas y malhumoradas, tenemos expectativas no cumplidas, esperamos un sistema de cuidados compartidos y nos enojamos y frustramos cuando vemos que la vida no nos da para cubrir el autocuidado, los cuidados, amor y educación hacia las y los críos, el cultivo de la vida en pareja, la socialización, los trabajos (el pagado y el no pagado) y las otras tantas actividades que quisiéramos hacer. Y, además, hay que ser buenas mujeres: productivas y reproductivas.
Y lloramos cansadas porque debemos dejar encargados a nuestros bebés para ir a trabajar pues el dinero no alcanza o porque necesitamos independencia económica. Y lloramos también porque debemos renunciar al trabajo por que decidimos cuidar a nuestros hijos e hijas de tiempo completo. Y lloramos en el trabajo porque nos duelen los pechos, extrañamos al bebé y hay que sacarse la leche a escondidas con una desagradable y ruidosa máquina. Y lloramos porque al dejar de trabajar nos hace falta nuestro sueldo, perdemos autonomía y sentimos que se nos secan las neuronas. Unas lloran en silencio, otras en privado, otras deciden medicarse para aguantar el día, otras deciden tragarse la culpa y asumir la vida que tienen enfrente con la mejor actitud posible; otras, todo lo anterior.
Pero desafortunadamente, esos llantos son también secuestrados por el romanticismo en torno a ser Mamá y también son rehenes del reclamo “¿quién les manda a ser madres?”. Demasiada contradicción, ¿no? Para la reflexión.
Tocaría despojarse de las fantasías, culpas y mandatos y de construir una figura actualizada y profundamente auténtica de la maternidad. Esta propuesta nadie la hará por las madres; es posible desarrollarla desde el trabajo personal en un viaje de mucha conexión, presencia, compasión, realismo y gran amor hacia nosotras y hacia nuestros hijos e hijas, y pareja en corresponsabilidad, si se tiene.
Pero toca también participar en cambiar la cultura, las instituciones, los andamiajes y sistemas de cuidados y el amasado de expectativas culturales y sociales que se tejen en torno a la maternidad. Esa tarea nos impacta a todos y todas.
Estoy segura de que, podríamos trascender hacia una sociedad más justa, satisfactoria y jubilosa si nos atrevemos a desafiar y a cambiar las realidades de las Mamás y así poder decir sin contradicciones y con autenticidad: “Feliz Día de las Madres”.
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