Durante 14 años dediqué muchos esfuerzos de mi vida profesional a brindar soluciones prácticas a problemas públicos desde el ámbito privado, específicamente desde la sociedad civil organizada. Cuando una persona trabaja conociendo y entendiendo las múltiples carencias en las que se sitúan millones de hombres y mujeres, juventudes e infancias surgen docenas de preguntas, entre ellas la que sigue: y en esta Ciudad, ¿cómo se ponen a trabajar los impuestos pagados por todos los contribuyentes?
Parecería que, en México, no hay impuestos que alcancen para garantizar el bienestar de la población y queda un sentimiento de pérdida de fe en la humanidad porque las tragedias humanas no parecen disminuir, ni las condiciones de bienestar aumentar, ni el estado de Derecho ejercerse, ni la convivencia ciudadana armonizarse.
Quienes han o hemos tenido la oportunidad de viajar o vivir en el extranjero, podemos dar cuenta de que, en los países más desarrollados se “percibe” que los impuestos sí son puestos a trabajar. Y no solo eso, se puede casi oler una cultura de corresponsabilidad de la ciudadanía por cuidar de la comunidad y de los bienes públicos: calles, parques, oficinas, etcétera.
La seguridad se vive de formas totalmente distintas. Una persona recién llegada al extranjero se siente fuera de lugar, llegas cuidándote las espaldas, la bolsa, la cartera y la mochila, las arropas como si te las fueran a arrancar en cualquier momento, al mismo tiempo que la persona de la mesa vecina del restaurante donde estás tomando un café en las mesitas del exterior se levanta al baño dejando su celular, bolsa y laptop, sin mayor preocupación y regresa tan campante después de varios minutos de dejar sin supervisión sus pertenencias. La diferencia no es solo cultural. Existe confianza entre personas y generalmente los establecimientos tienen cámaras funcionales de videovigilancia y si ocurre un robo, seguramente se resolverá.
Las casas no cuentan con rejas y se dejan las puertas sin seguro durante día y noche, e incluso durante las vacaciones familiares. Si una bicicleta se deja abandonada en un parque, es muy poco probable que alguien la robe, puede durar días ahí. Y hablando de parques públicos ¿cuántas horas calcula usted que en nuestro país pudiera durar el papel de baño y el jabón para manos sin que se lo roben? Eso, asumiendo que los baños estén funcionales, abiertos al público y que se invierta en ello algo de impuestos, pero estoy segura de que no durarían ni medio día. He tenido la fortuna de visitar unas tres docenas de parques públicos en el norte de Estados Unidos y además de que se observa que les dan mantenimiento frecuentemente, nunca les ha faltado el papel y jabón para manos. Y no, no hay un policía, ni un empleado de la ciudad en cada baño para cuidar los bienes.
En algunos centros de trabajo, la “tiendita” está abierta, no hay quien la supervise, simplemente se colocan los productos y a un lado se pone una caja para recibir el dinero y qué cree: usual y sorprendentemente, al hacer corte, hay más dinero del esperado.
No puedo aún observar a la niñez y juventud sin supervisión adulta paseando o jugando en las calles sin que me asalten pensamientos trágicos de posibilidad de abusos, secuestros, trata, tráfico de órganos, etc., y aún no me logro despojar totalmente, al salir a caminar sola, de los riesgos de ser levantada, abusada, violada o asesinada. Al menos ya logré dejar de pensar que posiblemente el automóvil que pasa junto a mi podría estar cargado de armas, drogas, o ambas cosas.
Una se siente fuera de lugar al principio. Pero más que sentirse fuera de lugar, una adquiere consciencia del estado de alerta que se experimenta al vivir en nuestro amado México, sintiéndolo como un lugar hostil y peligroso en el cual hay que cuidarse y desconfiar de todos, hasta de quienes tienen el mandato de protegernos. Creo que vivimos a la defensiva de ese alguien que quiere abusar de nuestra confianza, de ese alguien que nos quiere despojar de lo que con tanto esfuerzo y trabajo hemos logrado. Y persiste la cultura de aprovecharnos de lo que no es nuestro, al cabo nadie está viendo.
Para recuperar la fe en la humanidad no hace falta esperar a que el Estado de Derecho sea ejercido, a que las miles de cámaras de vigilancia que la ciudad necesita sean instaladas, a que el sistema de justicia sea descongestionado, a que bandas criminales sean desmanteladas, a que los “liderazgos” dejen de ser corruptos, etcétera.
Habremos, desde la colectividad ciudadana y desde la individualidad de cada persona, desaprender vicios y conducirnos con cuidados y responsabilidad hacia lo que de facto no es nuestro, pero también hacia lo que creemos que no es nuestro, pero lo es: la comunidad, los espacios de convivencia, la naturaleza, la salud general de nuestro entorno. Le aseguro que para esos cambios de paradigmas y comportamiento no se requiere de nuestros impuestos, sino de un alto grado de consciencia y ejercicio de lo que llaman “self-accountability”: tomar el dominio sobre nuestras acciones, decisiones y nuestra vida.
Muchas culturas nos demuestran que es posible ¿No lo cree usted?
“Eres responsable de tu acción, pero también de tu inacción”
- Anónimo
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